Sedienta. Así estaba Jimena, sentada en la acera, esperando pacientemente al hombre de su vida, esperando pacientemente a quien la muerte le daría, esto a Jimena no le importaba, se conformaba con lo que tenia, así eso la llevara a la ruina.
Mientras Jimena esperaba, el se acercaba, algo ebrio como acostumbraba, algo alcoholizado como cada una de sus mañanas, tambaleándose por la calle él llegaba, también algo molesto por lo que le esperaba, la bella Jimena sentada en la cama.
Ella estaba pensando seriamente lo que estaba pasando, ya bastante lo a aguantado como para seguir esperando, se acerca a la puerta, mientras el espera a que ella lo reciba como siempre sumisa, el preparado con su mano llena de ira.
Que sorpresa se a llevado cuando Jimena no lo esperaba ya, enfurecido la fue a buscar, de aquí para allá, no la encontraba, no la veía, no la sentía. Rojo de la rabia cuando al fin en el patio la encontró casi muere de la impresión cuando Jimena se le acerco, él temblaba sin parar, estaba pensado en lo que iba a pasar, es como si no lo pudiera creer, y ella ya cerca está.
Una vez, y otra vez y otra vez, no se detenía, nada la paraba, ella seguía, ni los golpes, ni los gritos, ni un te quiere, ni un perdóname, una y otra y otra vez seguía, no se podía detener, no podía parar hasta ver culminado lo que debía. Se miró a si misma, Jimena ya estaba en paz, relajada se volvió a sentar, sangre en todas partes, lo persiguió a todos lados, nunca se detuvo, lo golpeó hasta verlo morir, no le importo lo que llevaría semejante acto, no se imagino lo que le esperaba.
Jimena se encuentra tranquila y su esposo muerto yacía, risas salieron de su boca, no se molesto en cambiarse, no se molesto en irse.
Su sufrimiento había acabado y su vida ya la ha retomado.
Autora: Naza
